Introducción

El 8 de enero de 1889 Franz Overbeck encuentra a Niezsche loco rodeado de papeles, los cuales salva, entre ellos el Anticristo. Hace una copia de este último antes de que acabe en manos de la hermana de Niezstche. Toda la familia era muy religiosa y la hermana publica una versión adulterada del Anticristo.

El Anticristo llevaba por subtítulo “Transvaloración de todos los valores”, aunque Nietzsche acabó cambiándolo por “La maldición del cristianismo”.

De cuatro autores extrae sugerencias para el libro: Dostoievski, Tolstói, Renan y Julius Wellbausen.

No se queda todo en negación. Es preciso “liberar de nuevo la voluntad”, “devolver a la tierra su meta”, y “devolver al hombre su esperanza”. Es preciso que “el sí oculto en nosotros, amigos míos, sea más fuerte que todos los noes y todos los tal vez de que vosotros, junto con vuestra época, estáis enfermos”.

El anticristo

Hay que ser honesto hasta la dureza en cosas del espíritu incluso para soportar simplemente mi seriedad, mi pasión. Hay que estar entrenado en vivir sobre las montañas – en ver por debajo de sí la miserable charlatanería actual acerca de la política y del egoísmo de los pueblos. Hay que haberse vuelto indiferente, hay que no preguntar jamás si la verdad es útil, si se convierte en una fatalidad para alguien... Una predilección de la fuerza por problemas para los que hoy nadie tiene valor; el valor de lo prohibido; la predestinación al laberinto.

¿Qué es bueno? - Todo lo que eleva el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el poder mismo en el hombre.

¿Qué es malo? - Todo lo que procede de la debilidad

¿Qué es felicidad? - El sentimiento de que el poder crece, de que una resistencia queda superada.

¿Qué es más dañoso que cualquier vicio? La compasión activa con todos los malogrados y débiles – el cristianismo...

Qué tipo de hombre se debe criar, se debe querer como tipo más valioso, más digno de vivir, más seguro de futuro. Justo él ha sido lo más temido, él fue hasta ahora casi lo temible; - y por temor se quiso, se crió, se alcanzó el tipo opuesto: el animal doméstico, el animal de rebaño, el animal enfermo hombre - el cristiano...

La humanidad no representa una evolución hacia algo mejor, o más fuerte, o más alto, al modo como hoy se cree eso. El progreso es meramente una idea moderna, es decir, una idea falsa. El europeo de hoy sigue estando, en su valor, profundamente por debajo del europeo del Renacimiento. En otro sentido se da, en los más diversos lugares de la tierra y brotando de las más diversas culturas, un logro continuo de casos singulares y con los cuales un tipo superior hace de hecho la presentación de sí mismo: algo que en relación con la humanidad en su conjunto es una especie de superhombre. Tales casos afortunados de gran logro han sido posibles siempre y serán acaso posibles siempre. E incluso generaciones, estirpes, pueblos enteros pueden representar en determinadas circunstancias tal golpe de suerte.

Al cristianismo no se lo debe adornar ni engalanar: él ha hecho una guerra a muerte a ese tipo superior de hombre, él ha proscrito todos los instintos fundamentales de ese tipo, él ha extraído de esos instintos, por destilación, el mal, el hombre malvado - el hombre fuerte considerado como hombre típicamente reprobable. El cristianismo ha tomado partido por todo lo débil, bajo, malogrado, ha hecho un ideal de la contradicción a los instintos de conservación de la vida fuerte; ha corrompido la razón incluso de las naturalezas dotadas de máxima fortaleza espiritual al enseñar a sentir como pecaminosos, como descarriadores, como tentaciones, los valores supremos de la espiritualidad.”

Lo que yo asevero es que todos los valores en que la humanidad resume ahora sus más altos deseos son valores de decadencia. Yo llamo corrompido a un animal, a una especie, a un individuo cuando pierde sus instintos, cuando elige, cuando prefiere lo que a él le es perjudicial.

La vida misma es para mí instinto de crecimiento, de duración, de acumulación de fuerzas, de poder: donde falta la voluntad de poder hay decadencia. Lo que yo asevero es que a todos los valores supremos de la humanidad les falta esa voluntad, que son valores de decadencia, valores nihilistas los que, con los nombres más santos, ejercen el dominio.

Al cristianismo se le llama religión de la compasión. - La compasión es antitética de los efectos tonificantes, que elevan la energía del sentimiento vital: causa un efecto depresor. Uno pierde fuerza cuando compadece. La compasión obstaculiza en conjunto la ley de la evolución, que es la ley de la selección. Ella conserva lo que está maduro para perecer, ella opone resistencia con el fin de favorecer a los desheredados y condenados de la vida, ella le da a la vida misma, por la abundancia de cosas malogradas de toda especie que retiene en la vida, un aspecto sombrío y dudoso. La compasión es la práctica del nihilismo. Este instinto depresivo y contagioso obstaculiza aquellos instintos que tienden a la conservación y a la elevación de valor de la vida: tanto como multiplicador de la miseria cuanto como conservador de todo lo miserable es un instrumento capital para la intensificación de la decadencia.

Mientras el sacerdote, ese negador, calumniador, envenenador profesional de la vida, siga siendo considerado como una especie superior de hombre, no habrá respuesta a la pregunta: ¿qué es la verdad? Se ha puesto ya cabeza abajo la verdad cuando al consciente abogado de la nada y de la negación se lo tiene por representante de la “verdad”...

Hasta donde alcanza el influjo de los teólogos, el juicio de valor está puesto cabeza abajo, los conceptos de “verdadero” y de “falso” están necesariamente invertidos: lo más dañoso para la vida es llamado aquí “verdadero”, lo que la alza, intensifica, afirma, justifica y hace triunfar, es llamado “falso”... Si ocurre que, a través de la “conciencia” de los príncipes (o de los pueblos), los teólogos extienden la mano hacia el poder, no dudemos de qué es lo que en el fondo acontece todas esas veces: la voluntad de final, la voluntad nihilista quiere alcanzar el poder...

Lo que no es condición de nuestra vida la daña: una virtud practicada meramente por un sentimiento de respeto al concepto de “virtud”, tal como Kant lo quería, es dañosa. La “virtud”, el “deber”, el “bien en sí”, el bien entendido con un carácter de impersonalidad y de validez universal son ficciones cerebrales en que se expresa la decadencia. Lo contrario es lo que ordenan las leyes más profundas de la conservación y del crecimiento: que cada uno se invente su virtud, su imperativo categórico. ¿Qué destruye más rápidamente que trabajar, pensar, sentir sin necesidad interna, sin una elección profundamente personal, sin placer?, ¿como un autómata del “deber”? Es ésta precisamente la receta de la decadencia, incluso del idiotismo... Kant se volvió idiota.

No infravaloremos esto: nosotros mismos, nosotros los espíritus libres somos ya una “transvaloración de todos los valores”, una viviente declaración de guerra y de victoria a todos los viejos conceptos de “verdadero” y “no-verdadero”.

Nosotros hemos trastocado lo aprendido. Nos hemos vuelto más modestos en todo. Al hombre ya no lo derivamos del “espíritu”, de la “divinidad”, hemos vuelto a colocarlo entre los animales. Él es para nosotros el animal más fuerte, porque es el más astuto: una consecuencia de esto es su espiritualidad. Nos defendemos, por otro lado, contra una vanidad. El hombre no es, en modo alguno, la corona de la creación, todo ser está, junto a él, a idéntico nivel de perfección. El hombre es el menos logrado de los animales, el más enfermizo, el más peligrosamente desviado de sus instintos. En otro tiempo veíase en la consciencia del hombre, en el “espíritu”, la prueba de su procedencia superior, de su divinidad; para hacer perfecto al hombre se le aconsejaba que, al modo de la tortuga, retrayese dentro de sí los sentidos, interrumpiese el trato con las cosas terrenales, se despojase de su envoltura mortal: entonces quedaba lo principal de él, el “espíritu puro”. El “espíritu puro” es una pura estupidez: si descontamos el sistema nervioso y los sentidos, la “envoltura mortal”, nos equivocamos en la cuenta.

Ni la moral ni la religión tienen contacto, en el cristianismo, con punto alguno de la realidad. Causas puramente imaginarias (“Dios”, “alma”, “yo”, “espíritu”, “la voluntad libre”, o también “la no libre”); efectos puramente imaginarios (“pecado”, “redención”, “gracia”, “castigo”, “remisión de los pecados”). Un trato entre seres imaginarios (“Dios”, “espíritus”, “almas”); una ciencia natural imaginaria (antropocéntrica; completa ausencia del concepto de causas naturales); una psicología imaginaria (puros malentendidos acerca de sí mismo, interpretaciones de sentimientos generales agradables o desagradables, de los estados del nervio simpático, por ejemplo, con ayuda del lenguaje de signos de una idiosincrasia religioso-moral, - “arrepentimiento”, “remordimiento de conciencia”, “tentación del demonio”, “la cercanía de Dios”); una teleología imaginaria (“el reino de Dios”, “el juicio final”, “la vida eterna”). - Este puro mundo de ficción se diferencia, con gran desventaja suya, del mundo de los sueños por el hecho de que éste último refleja la realidad, mientras que aquél falsea, desvalora, niega la realidad. Todo aquel mundo de ficción tiene su raíz en el odio a lo natural (¡la realidad!). ¿Quién es el único que tiene motivos para evadirse, mediante una mentira, de la realidad? El que sufre de ella. Pero sufrir de la realidad significa ser una realidad fracasada...

Con mi condena del cristianismo no quisiera yo haber cometido una injusticia contra una religión afín a él, que incluso lo supera en cuanto al número de quienes la profesan, contra el budismo. Ambos están unidos entre sí en cuanto religiones nihilistas – son religiones de decadencia – ambos están separados entre sí de la manera más notable. El budismo es cien veces más realista que el cristianismo – lleva en su cuerpo la herencia de un planteamiento objetivo y frío de los problemas, viene después de un movimiento filosófico que había durado unos cientos de años, cuando él llega el concepto “Dios” ya está eliminado. El budismo es la única religión auténticamente positivista que la historia nos muestra, también incluso en su teoría del conocimiento (un fenomenalismo riguroso), el budismo no dice ya “lucha contra el pecado”, sino dando totalmente la razón a la realidad, “lucha contra el sufrimiento”. Tiene ya detrás de sí – esto lo distingue profundamente del cristianismo – ese fraude a sí mismo que son los conceptos morales – está, hablando en mi lenguaje, más allá del bien y del mal. Los dos hechos fisiológicos en que el budismo descansa y que contempla son: primero, una excitabilidad extraordinariamente grande de la sensibilidad, la cual se expresa en una refinada capacidad de dolor, luego, una superespiritualización, una vida demasiado prolongada entre conceptos y procedimientos lógicos, bajo la cual el instinto personal ha salido perjudicado en provecho de lo “impersonal”. Sobre la base de esas condiciones fisiológicas ha surgido una depresión: a ella se enfrenta Buda con una higiene. Contra la depresión emplea la vida al aire libre, la vida errante, la moderación y la selección en la comida; la precaución con respecto a todos los alcoholes; la precaución asimismo con respecto a todos los afectos que producen bilis, que calientan la sangre; ninguna preocupación, ni por sí, ni por otros. Buda exige representaciones que, o bien tranquilicen, o bien alegren – inventa medios para deshabituarse de las otras. Considera que la bondad, el ser bondadoso, favorece la salud. La oración está excluida, lo mismo que el ascetismo; ningún imperativo categórico, ninguna coacción en absoluta, ni siquiera dentro de la comunidad monástica (se puede volver a salir de ella). Todas estas cosas serían medios para fortalecer aquella excitabilidad extraordinariamente grande. Justo por ello Buda no exige tampoco lucha alguna contra quienes piensan de otro modo; de ninguna otra cosa se defiende más su doctrina que del sentimiento de venganza, aversión, resentimiento (“no se pone fin a la enemistad con la enemistad”: conmovedor estribillo del budismo entero...). En la doctrina de Buda el egoísmo se convierte en deber: el “una sola cosa es necesaria”, el “cómo te liberas del sufrimiento” regulan y limitan la dieta espiritual entera.

El presupuesto del budismo es un clima muy suave, una mansedumbre y liberalidad grandes en las costumbres, una ausencia completa de militarismo; y el hecho de que el movimiento tenga su hogar en los estamentos superiores e incluso doctos. Como meta suprema se quiere la jovialidad, la calma, la ausencia de deseos, y esa meta se alcanza.

En el cristianismo pasan a primer plano los instintos de los sometidos y los oprimidos: los estamentos más bajos son los que buscan en él su salvación. Aquí, como ocupación, como medio contra el aburrimiento, se practica la casuística del pecado, la autocrítica, la inquisición de la conciencia; aquí se mantiene constantemente en pie (mediante la oración) el afecto con respecto a un Poderoso, llamado “Dios”; aquí lo más alto es considerado inalcanzable, un don, una “gracia”. Aquí el cuerpo es despreciado, la higiene, rechazada como sensualidad; la Iglesia se defiende de la limpieza (la primera medida cristiana tras la expulsión de los moros fue la clausura de los baños públicos, de los cuales Córdoba poseía, ella sola, 270). Cristiano es cierto sentido de crueldad con respecto a sí mismo y con respecto a otros; el odio a los que piensan de otro modo; la voluntad de perseguir. Cristiana es la enemistad a muerte contra los señores de la tierra, contra los “aristócratas”. Cristiano es el odio al espíritu, al orgullo, al valor, a la libertad, al libertinaje del espíritu; cristiano es el odio a los sentidos, a las alegrías de los sentidos, a la alegría en cuanto tal...

Cuando el cristianismo abandonó su suelo primero, los estamentos más bajos, el submundo del mundo antiguo, cuando marchó a buscar poder entre pueblos bárbaros, no tuvo ya aquí, como presupuesto, unos hombres cansados, sino unos hombres que en su interior se habían vuelto salvajes y se desgarraban a sí mismos – el hombre fuerte, pero malogrado. La insatisfacción consigo mismo, el sufrimiento a causa de sí mismo no son aquí, como el budista, una excitabilidad y una capacidad desmesurada para el dolor, antes bien, al revés, un prepotente deseo de hacer daño, de desahogar la tensión interior en acciones y representaciones hostiles. Para hacerse dueño de los bárbaros el cristianismo tenía necesidad de conceptos y valores bárbaros: tales son el sacrificio del primogénito, el beber sangre en la comunión, el desprecio del espíritu y de la cultura; la tortura en todas sus formas, sensibles y no sensibles; la gran pompa del culto. El budismo es una religión para hombres tardíos, para razas que se han vuelto bondadosas, mansas, superespirituales, que con demasiada facilidad sienten dolor (Europa está aún muy lejos de encontrarse madura para él): es una reconducción de esas razas a la paz y la jovialidad, a la dieta en lo espiritual, a un cierto endurecimiento de lo corporal. El cristianismo quiere hacerse dueño de animales de presa; su medio es ponerlos enfermos – el debilitamiento es la receta cristiana para la doma, para la “civilización”. El budismo es una religión para el acabamiento y el cansancio de la civilización, el cristianismo ni siquiera encuentra la civilización ante sí - en determinadas circunstancias la funda.

El budismo dice meramente lo que piensa: “yo sufro”. Para el bárbaro, en cambio, el sufrimiento no es en sí una cosa decente: para confesarse a sí mismo que sufre necesita una interpretación (su instinto lo lleva más bien a negar el sufrimiento, a soportarlo en silencio). Aquí la palabra “demonio” fue un beneficio: se tenía un enemigo prepotente y terrible – no era necesario avergonzarse de sufrir a causa de tal enemigo.

El cristianismo tiene en su base algunas sutilezas que pertenecen a Oriente. Ante todo sabe que en sí es completamente indiferente que algo sea verdadero, pero que es de suma importancia con tal que se crea que es verdadero. La verdad, y la creencia de que algo es verdadero: dos mundos completamente divergentes de intereses, casi dos mundos antitéticos - a uno y a otro se llega por caminos radicalmente distintos. Saber eso – hace en Oriente casi al sabio: así lo entienden los bramanes, así lo entiende Platón, así, todo discípulo de una sabiduría esotérica. Si, por ejemplo, hay felicidad en creerse redimido del pecado, no se necesita, como presupuesto de eso, que el hombre sea pecador, sino que se sienta pecador. Pero si lo que necesita en general y ante todo es fe, entonces hay que desacreditar la razón, el conocimiento, la investigación: el camino que conduce a la verdad se convierte en el camino prohibido. - La esperanza firme es un estimulante mucho mayor de la vida que cualquier felicidad acontecida en realidad. A los que sufren hay que mantenerlos en pie con una esperanza que no pueda ser contradicha por ninguna realidad – que no quede suprimida por un cumplimiento: una esperanza del más allá. (Cabalmente por esa capacidad suya de entretener a los desgraciados, la esperanza fue entre los griegos el mal de los males).

Para que el amor sea posible, Dios tiene que ser una persona; para que también los instintos más bajos puedan hablar, Dios tiene que ser joven. Para el ardor de las mujeres hay que poner en primer plano un santo hermoso, para el de los varones, una María. El amor es el estado en el cual, la mayoría de las veces, el hombre ve las cosas como no son. Aquí se encuentra en su cumbre la fuerza ilusoria lo mismo que la fuerza endulzadora, transfiguradora. En el amor se soportan más cosas que en cualquier otra situación, se tolera todo. Había que inventar una religión en que se pudiera ser amado: así se está más allá de lo peor que hay en la vida – no se lo ve ya en absoluto. Todo esto, en lo que se refiere a las tres virtudes cristianas, fe, amor, esperanza: yo las denomino las tres listezas cristianas.

Los judíos son el pueblo más notable de la historia universal, ya que, enfrentados al problema de ser o no ser, han preferido, con una conciencia absolutamente inquietante, el ser a cualquier precio: ese precio fue la falsificación radical de toda naturaleza, de toda naturalidad, de toda realidad, tanto del mundo interior como del mundo exterior entero. Los judíos trazaron sus límites frente a todas las condiciones en que hasta ahora le ha sido posible, le ha sido lícito a un pueblo vivir, crearon, sacándolo de sí mismos, un concepto antitético de las condiciones naturales – ellos han vuelto del revés sucesivamente, y de una manera incurable, la religión, el culto, la moral, la historia, la psicología, convirtiendo esas cosas en la contradicción respecto a sus valores naturales. Con ese mismo fenómeno volvemos a encontrarnos una vez más, y en proporciones indeciblemente agrandadas, pero sólo como copia: en comparación con el “pueblo de los santos”, la Iglesia cristiana carece de toda pretensión de originalidad. Los judíos son, justo por eso, el pueblo más fatídico de la historia universal: en su efecto posterior han falseado la humanidad de tal modo, que hoy incluso el cristiano puede tener sentimientos antijudíos, sin concebirse a sí mismo como la última consecuencia judía.

En mi Genealogía de la moral he expuesto por vez primera, psicológicamente, el concepto antitético de una moral aristocrática y de una moral de resentimiento, surgida esta última del no a la primera: y esto es íntegra y totalmente la moral judeo-cristiana. Para poder decir no a todo lo que representa en la tierra el movimiento ascendente de la vida, la buena constitución, el poder, la belleza, la afirmación de sí mismo, para poder hacer eso, el instinto, convertido en genio, del resentimiento tuvo que inventarse aquí otro mundo, desde el cual aquella afirmación de la vida aparecía como el mal, como lo reprobable en sí.

Originariamente, sobre todo en la época de los reyes, también Israel mantuvo con todas las cosas la relación correcta, es decir, la relación natural. Su Yahvé era expresión de la conciencia de poder, de la alegría de sí, de la esperanza en sí: en él se aguardaba victoria y salvación, con él se confiaba en que la naturaleza diese lo que el pueblo necesita – ante todo lluvia. Yahvé es el Dios de Israel y, por consiguiente, Dios de la justicia: ésa es la lógica de todo pueblo que tiene poder y una buena conciencia de ese poder. En el culto-festividad se expresan esos dos aspectos de la autoafirmación de un pueblo: éste está agradecido por los grandes destinos a través de los cuales ha llegado a encumbrarse, y está agradecido en lo referente al ciclo de las estaciones y a toda fortuna en la ganadería y en la agricultura. - Ese estado de cosas continuó siendo durante largo tiempo el ideal, también cuando quedó suprimido de triste manera: la anarquía en el interior, el asirio desde fuera. Pero el pueblo conservó como aspiración suprema aquella visión de un rey que es un buen soldado y un juez severo: la conservó sobre todo Isaías, aquel profeta típico (es decir, un crítico y un satírico del instante). - Sin embargo, todas las esperanzas quedaron incumplidas. El viejo Dios no podía hacer ya nada de lo que en otro tiempo podía. Se debería haberlo abandonado. ¿Qué ocurrió? Se cambió su concepto, - se desnaturalizó su concepto: a ese precio se lo conservó. - Yahvé, Dios de la justicia – ya no una unidad con Israel, una expresión del sentimiento que un pueblo tiene de sí mismo: ya sólo un Dios sujeto a condiciones... Su concepto se convierte en un instrumento en manos de agitadores sacerdotales que a partir de ese momento interpretan toda ventura como un premio, toda desventura como un castigo por la desobediencia a Dios, por el “pecado”: es la manera más mendaz de interpretar las cosas, propia de un presunto “orden moral del mundo”, y con ella quedó puesto cabeza abajo, de una vez por todas, el concepto natural de “causa” y “efecto”. Una vez expulsada del mundo mediante el premio y el castigo la causalidad natural, se requiere una causalidad antinatural: a partir de ahora el resto entero de cosas no naturales se sigue de aquí. Un Dios que exige – en lugar de un dios que ayuda, que da consejos, que en el fondo es la palabra para designar toda feliz inspiración del valor y de la confianza en sí... La moral, ya no expresión de las condiciones de vida y crecimiento de un pueblo, ya no su instinto vital más hondo, sino convertida en algo abstracto, convertida en antítesis de la vida, - la moral como modo de volver por principio malas las cosas con la fantasía, como “mal de ojo” para todas las cosas. ¿Qué es la moral judía, qué es la moral cristiana? El azar, privado de su inocencia; la infelicidad, manchada con el concepto de “pecado”; el bienestar, considerado como peligro, como “tentación”; el malestar fisiológico, envenenado con el gusano de la conciencia...

La desobediencia a Dios, es decir, al sacerdote, a “la ley”, recibe ahora el nombre de “pecado”; los medios de volver a “reconciliarse con Dios” son, como es obvio, medios con los cuales la sumisión a los sacerdotes queda garantizada de manera más radical todavía: únicamente el sacerdote “redime”... Calculadas las cosas psicológicamente, los “pecados” se vuelven indispensables en toda sociedad organizada de manera sacerdotal: ellos son las auténticas palancas del poder, el sacerdote vive de los pecados, tiene necesidad de que la gente “peque”... Artículo supremo: “Dios perdona a quien hace penitencia” - dicho claramente: a quien se somete al sacerdote.

El pequeño movimiento rebelde bautizado con el nombre de Jesús de Nazaret es el instinto judío una vez más – dicho de otro modo, el instinto sacerdotal que ya no soporta al sacerdote como realidad, la invención de una forma aún más abstracta de existencia, de una visión aún más irreal del mundo que la condicionada por la organización de una Iglesia. El cristianismo niega la Iglesia... Fue una rebelión contra “los buenos y justos”, contra “los santos de Israel”, contra la jerarquía de la sociedad – no contra su corrupción, sino contra la casta, el privilegio, el orden, la fórmula: fue la incredulidad con respecto a los “hombres superiores”. Ese anarquista santo, que incitaba al bajo pueblo, a los excluidos y “pecadores”, a los chandalas existentes dentro del judaísmo, a contradecir el orden dominante – con un lenguaje que, en el caso de que hubiera que fiarse de los evangelios, todavía hoy conduciría a Siberia, era un criminal político, hasta el punto en que eran posibles precisamente los criminales políticos en una sociedad absurdamente apolítica. Eso fue lo que lo llevó a la cruz: la prueba de esto es la inscripción puesta en ella. Murió por su culpa – falta toda razón para aseverar, aunque se lo haya aseverado con tanta frecuencia, que murió por la culpa de otros.

En la psicología entera del evangelio falta el concepto de culpa y de castigo; asimismo, el concepto de premio. El “pecado”, cualquier relación distanciada entre Dios y el hombre, se halla eliminado – justo eso es la “buena nueva”. La bienaventuranza no es prometida, no es vinculada a unas condiciones: ella es la única realidad – el resto es signo para hablar de ella...

La consecuencia de semejante estado se proyecta en una nueva práctica, la práctica propiamente evangélica. No es una “fe” lo que distingue al cristiano: el cristiano obra, se distingue por un obrar diferente. Él no opone resistencia, ni con palabras ni en el corazón, a quien es malvado con él. Él no establece ninguna diferencia entre extranjeros y nativos, judíos y no judíos (“el prójimo” es propiamente el que tiene la misma fe, el judío). Él no se encoleriza con nadie, ni menosprecia a nadie. Él no se deja ver en los tribunales, ni se deja citar ante ellos (“no jurar”). Él no se separa de su mujer en ninguna circunstancia, ni siquiera en el caso de una infidelidad demostrada de aquélla. - Todo esto es, en el fondo, un único principio, todo, consecuencias de un único instinto.

La vida del Redentor no fue otra cosa que esa práctica - tampoco su muerte fue otra cosa... Él ya no necesitaba, para su trato con Dios, fórmulas ni ritos – ni siquiera la oración. Ha roto con la entera doctrina judía de penitencia y reconciliación; sabe que únicamente con la práctica de la vida se siente uno “divino”, “bienaventurado”, “evangélico”, “hijo de Dios” en todo tiempo. Ni la “penitencia” ni la “oración en demanda de perdón” son caminos que conducen a Dios: sólo la práctica evangélica conduce a él, ella precisamente es “Dios”. - Lo que con el evangelio quedó eliminado fue el judaísmo de los conceptos “pecado”, “remisión del pecado”, “fe”, “redención por la fe” - la entera doctrina eclesiástica judía quedó negada en la “buena nueva”.

El instinto profundo de cómo hay que vivir para sentirse “en el cielo”, para sentirse “eterno”, mientras que con cualquier otra conducta uno no “se siente en el cielo”: ésa es la única realidad psicológica de la “redención”. - Una nueva forma de vida, no una nueva fe...

Nuestra época está orgullosa de su sentido histórico: ¿cómo ha podido llegar a creerse el sinsentido de que al comienzo del cristianismo está la grosera fábula de un taumaturgo y redentor – y de que todo lo espiritual y simbólico es tan sólo un desarrollo tardío? Al contrario: la historia del cristianismo – a partir de la muerte en la cruz – es la historia del mal entendimiento, cada vez más grosero, de un simbolismo originario. A cada expansión del cristianismo sobre masas todavía más amplias, todavía más toscas, que iban perdiendo cada vez más los presupuestos de que aquél nació, hízose más necesario vulgarizar, barbarizar el cristianismo – éste engulló dentro de sí doctrinas y ritos de todos los cultos subterráneos del imperio romano, el sinsentido de todas las especies de razón enferma.

Ya la palabra “cristianismo” es un malentendido – en el fondo no ha habido más que un cristiano, y ése murió en la cruz. El “evangelio” murió en la cruz. Lo que a partir de ese instante se llama “evangelio” era ya la antítesis de lo que él había vivido. El cristianismo auténtico, el originario, será posible en todos los tiempos... No un creer, sino un hacer, sobre todo un no-hacer-muchas-cosas, un ser distinto... Reducir el ser-cristiano, la cristiandad, a un tener-algo-por-verdadero, a una mera fenomenalidad de consciencia, significa negar la cristiandad.

En sí Jesús no pudo querer con su muerte otra cosa que dar públicamente la prueba más fuerte, la demostración de su doctrina... Pero sus discípulos estaban lejos de perdonar esa muerte – lo cual habría sido evangélico en el sentido más alto; y menos todavía de ofrecerse a una muerte idéntica, con una suave y afable calma de corazón... Fue justo el sentimiento menos evangélico de todos, la venganza, el que de nuevo se impuso. Era imposible que, con esa muerte, la causa pudiera haber llegado a su final: se necesitaba una “reparación”, un “juicio” (y sin embargo, ¡qué puede ser menos evangélico que la “reparación”, el “castigo”, el “someter a juicio”).

¿Qué fue lo único que Mahoma tomó en préstamo más tarde al cristianismo? El invento de Pablo, su medio de lograr la tiranía sacerdotal, de formar rebaños: la creencia en la inmortalidad – es decir, la doctrina del “juicio”...

Cuando se coloca el centro de gravedad de la vida no en la vida, sino en el “más allá” - en la nada – se le ha quitado a la vida como tal el centro de gravedad. La gran mentira de la inmortalidad personal destruye toda razón, toda naturaleza existente en el instinto – a partir de ese momento todo lo que en los instintos es beneficioso, favorecedor de la vida, garantizador del futuro, suscita desconfianza. Vivir de tal modo que ya no tenga sentido vivir, eso es lo que ahora se convierte en el “sentido” de la vida... El veneno de la doctrina “idénticos derechos para todos” - es el cristianismo el que lo ha diseminado de modo más radical: desde los más recónditos rincones de los instintos malos el cristianismo ha hecho una guerra a muerte a todo sentimiento de respeto y de distancia entre los hombres, es decir, al presupuesto de toda elevación, de todo crecimiento de la cultura – con el resentimiento de las masas ha forjado su arma capital contra nosotros, contra todos los seres aristocráticos, joviales, generosos que hay en la tierra, contra nuestra felicidad en la tierra... La “inmortalidad” concedida a todo Pedro y a todo Pablo, ha sido hasta ahora el atentado máximo contra la humanidad aristocrática, el atentado más maligno.

Los evangelios no tienen precio como testimonio de la ya incontenible corrupción existente dentro de la primera comunidad. Lo que Pablo llevó luego hasta el final, con el cinismo lógico de un rabino, no fue, a pesar de todo, más que el proceso de decadencia que comenzó con la muerte del redentor.

Ésta ha sido la especie más funesta de delirio de grandeza habido hasta ahora en la tierra: pequeños engendros de santurrones y mentirosos comenzaron a reivindicar para sí los conceptos “Dios”, “verdad”, “luz”, “espíritu”, “amor”, “sabiduría”, “vida”, como sinónimos de sí mismos, para de ese modo trazar una frontera entre el “mundo” y ellos; pequeños judíos superlativos, maduros para toda especie de manicomio, invirtieron hacia sí mismos los valores, como si sólo el cristiano fuera el sentido, la sal, la medida, también el juicio final de todo el resto...

Desde el momento en que se abrió el abismo entre los judíos y los judeo-cristianos, a estos últimos no les quedó otra opción que emplear contra los judíos los mismos procedimientos de autoconservación aconsejados por el instinto judío, mientras que los judíos habían venido empleando hasta entonces esos procedimientos sólo contra todo lo no-judío. El cristiano es sólo un judío de confesión “más libre”.

Voy a dar unas cuantas pruebas de lo que esa gentecilla se ha metido en la cabeza, de lo que ha puesto en boca de su maestro: puras confesiones de “almas bellas”. - “Y a quien escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, mejor le sería que le colgasen al cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar” (Mc. 9, 42) - ¡Qué evangélico!... “Si tu ojo te escandaliza, arrójalo de ti. Mejor te es entrar con un solo ojo en el reino de Dios que tener los dos ojos y ser arrojado al fuego del infierno; donde su gusano no muere y su fuego no se apaga” (Mc. 9, 47) – No es precisamente al ojo a lo que se refiere... “No juzguéis, para que no seáis juzgados. Con la medida con que midáis se os medirá a vosotros” (Mat. 7, 1) - ¡Qué concepto de la justicia, de un juez “justo”!... “Pues si vosotros no perdonáis a los hombres sus faltas, tampoco os perdonará vuestro padre que está en el cielo” (Mt. 6, 15) – Muy comprometedor para el llamado “padre”... “Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura” (Mt. 6, 33). Todo eso: a saber, la alimentación, el vestido, todas las necesidades de la vida. “¿No ha hecho Dios de la sabiduría de este mundo una tontería? Puesto que el mundo con su sabiduría no reconoció a Dios en su sabiduría, Dios se complació en hacer bienaventurados a los creyentes mediante una predicación necia. No muchos sabios, según la carne, no muchos poderosos, no muchos nobles son llamados. Sino lo que es necio ante el mundo lo ha elegido Dios para deshonrar a los sabios; y lo que es débil ante el mundo lo ha elegido Dios para deshonrar a lo fuerte. Y lo innoble ante el mundo y lo despreciado lo ha elegido Dios, y lo que es nada, para aniquilar a lo que es algo. Para que ninguna carne se glorie delante de él” (Pablo, 1 Cor. 1) – Pablo ha sido el más grande de todos los apóstoles de la venganza...

¿Qué se sigue de esto? Que uno hace bien en ponerse los guantes cuando lee el Nuevo Testamento. La cercanía de tanta suciedad casi compele a hacerlo. Así como no elegiríamos para nuestras relaciones a unos judíos polacos, tampoco elegiríamos a unos “primeros cristianos”: no es que sea siquiera necesario tener una objeción contra ellos... Ni unos ni otros huelen bien. - En vano he estado buscando en el Nuevo Testamento aunque sólo fuera un rasgo simpático; nada hay en él que sea libre, bondadoso, franco, honesto. No hay allí siquiera un primer comienzo de humanidad – faltan los instintos de la limpieza... En el Nuevo Testamento hay únicamente instintos malos, no existe siquiera valor para ellos. Todo en él es cobardía, todo es cerrar los ojos y engañarse a sí mismo.

El “primer cristiano” - temo que también el “último cristiano”, al que acaso yo llegaré aún a ver – es, desde lo más profundo de su instinto, un rebelde contra todo lo privilegiado – vive, lucha siempre por “derechos iguales”... Vistas las cosas con más exactitud, no le queda otra opción. Si uno quiere ser en su propia persona un “elegido de Dios” - o un “templo de Dios”, o un “juez de los ángeles” - entonces todo otro principio de elección, basado, por ejemplo, en la honestidad, en el espíritu, en la virilidad y el orgullo, en la belleza y la libertad de corazón, es sencillamente el “mundo” - el mal en sí... Moraleja: toda palabra en boca de un “primer cristiano” es una mentira, toda acción que él realice, una falsedad instintiva – todos sus valores, todas sus metas son perjudiciales, pero aquel a quien él odia, aquello que él odia, tiene valor... El cristiano, en especial el cristiano-sacerdote, es un criterio de valores - ¿He de añadir que en todo el Nuevo Testamento no aparece más que una única figura a la que es preciso honrar? Pilato, el gobernador romano. Tomar en serio un asunto entre judíos – es una cosa de que él no logra persuadirse. Un judío más o menos - ¿qué importa?... La burla aristocrática de un romano ante el cual se está abusando desvergonzadamente de la palabra “verdad” ha enriquecido el Nuevo Testamento con la única frase que tiene valor – que es su crítica, incluso su aniquilación: “¡qué es la verdad!”...

Lo que nos separa no es el hecho de que ni en la historia, ni en la naturaleza, ni detrás de la naturaleza reencontremos nosotros un Dios – sino el que aquello que ha sido venerado como Dios nosotros lo sintamos no como algo “divino”, sino como algo digno de lástima, absurdo, nocivo, no sólo como un error, sino como un crimen contra la vida... Nosotros negamos a Dios en cuanto Dios... Si se nos demostrase ese Dios de los cristianos, sabríamos creerlo aún menos – Dicho en una fórmula: Dios, tal como Pablo lo creó, es la negación de Dios. - Una religión como el cristianismo, que en ningún punto tiene contacto con la realidad, que se derrumba tan pronto como la realidad obtiene su derecho, aunque sólo sea en un punto, tiene que ser, como es obvio, enemiga mortal de la “sabiduría del mundo”, quiero decir, de la ciencia.

El pecado, digámoslo otra vez, esa forma por excelencia de autodeshonra del hombre, ha sido inventado para hacer imposible la ciencia, la cultura, toda elevación y aristocracia del hombre, el sacerdote domina merced al invento del pecado.

Fé significa no querer saber lo que es verdadero.

No nos dejemos inducir a error: los grandes espíritus son escépticos. Zaratustra es un escéptico. La fortaleza, la libertad nacida de la fuerza y del exceso de fuerza del espíritu se prueba mediante el escepticismo. A los hombres de convicción no se los ha de tener en cuenta en nada de lo fundamental referente al valor y al no-valor. Las convicciones son prisiones. Un espíritu que quiere cosas grandes, que quiere también los medios para conseguirlas, es necesariamente un escéptico. El estar libre de toda especie de convicciones, el poder mirar libremente, forma parte de la fortaleza.

Con un sentimiento opuesto leo yo el Código de Manú, una obra incomparablemente espiritual y superior, tanto que el simple nombrarla a la vez que la Biblia sería un pecado contra el espíritu. Enseguida se lo adivina: esa obra tiene detrás de sí, dentro de sí, una auténtica filosofía, no simplemente una maloliente judaína compuesta de rabinismo y superstición. Sin olvidar lo principal, la diferencia radical de toda especie de Biblia: son los estamentos aristocráticos, los filósofos y los guerreros, quienes con ese Código controlan a la masa: por todas partes valores aristocráticos, un sentimiento de perfección, un decir-sí a la vida, un triunfante sentimiento de bienestar consigo mismo y con la vida – sobre el libro entero brilla el sol. - Todas las cosas sobre las que el cristianismo derrama su vulgaridad insondable, como por ejemplo, la procreación, la mujer, el matrimonio, son tratadas aquí en serio, con respeto, con amor y confianza. Yo no conozco libro alguno en el que a la mujer se le digan tantas cosas delicadas y afectuosas como se le dicen en el Código de Manú; esos vejetes y santos antiguos tienen una manera acaso nunca superada de ser atentos con las mujeres. “La boca de una mujer – se dice una vez – el pecho de una muchacha, la oración de un niño, el humo del sacrificio son siempre puros”. Otro pasaje: “no hay nada más puro que la luz del sol, la sombra de una vaca, el aire, el agua, el fuego y la respiración de una muchacha”.

Lo que (Pablo) adivinó fue el modo como, con ayuda del pequeño movimiento sectario de los cristianos, al margen del judaísmo, se podía producir un “incendio mundial”, el modo como, con el símbolo “Dios en la cruz”, se podía aglutinar en un poder enorme todo lo que se encontraba abajo, todo lo que era secretamente rebelde, la herencia entera de las intrigas anarquistas en el imperio. “La salvación viene de los judíos.” - El cristianismo como fórmula para sobrepujar a los cultos subterráneos de toda especie, los de Osiris, los de la Gran Madre, los de Mitra, por ejemplo – y para aglutinarlos: en haber entendido eso consiste el genio de Pablo.

La labor entera del mundo antiguo, en vano: no tengo palabra que exprese lo que yo siento ante algo tan monstruoso. ¿Para qué los griegos?, ¿para qué los romanos? - Todos los presupuestos de una cultura docta, todos los métodos científicos estaban ya allí, se había estatuido ya el gran arte, el incomparable arte de leer bien – ese presupuesto de la tradición de la cultura, de la unidad de la ciencia; la ciencia natural, aliada con la matemática y la mecánica, se hallaba en el mejor de los caminos.

El cristianismo nos arrebató la cosecha de la cultura antigua, más tarde volvió a arrebatarnos la cosecha de la cultura islámica. El prodigioso mundo de la cultura mora de España, que en el fondo es más afín a nosotros que Roma y que Grecia, que habla a nuestro sentido y a nuestro gusto con más fuerza que aquéllas, fue pisoteando - no digo por qué pies - ¿por qué?, ¡porque debía su génesis a unos instintos aristocráticos, a unos instintos varoniles, porque decía sí a la vida incluso con las raras y refinadas suntuosidades de la vida mora!... Más tarde los cruzados combatieron algo tal, que mejor les habría estado tenderse en el polvo delante de ello – una cultura tal que, comparada con ella, incluso nuestro siglo XIX se encontraría a sí mismo muy pobre, muy “tardío”. - Ciertamente, los cruzados querían hacer botín: el Oriente era rico... ¡Seamos francos! Las cruzadas - ¡piratería superior, nada más! - La nobleza alemana, que es en el fondo una nobleza vikinga, se encontraba con ello en su elemento: la Iglesia ha sabido muy bien con qué se posee a la nobleza alemana... La nobleza alemana, siempre los “suizos” de la Iglesia, siempre al servicio de todos los instintos malos de la Iglesia – pero bien pagada... ¡Que precisamente con ayuda de espadas alemanas, de sangre y valor alemanes haya hecho la Iglesia su guerra de mortal enemistad a todo lo aristocrático que existe en la tierra!

O se es un chandala, o no se lo es... “¡Guerra sin cuartel a Roma! Paz, amistad con el islam”: así sintió, así obró aquel gran espíritu libre, el genio entre los emperadores alemanes, Federico II. ¿Cómo? ¿es que un alemán tiene que ser primeramente un genio, tiene que ser primeramente un espíritu libre para tener sentimientos decentes? - Yo no comprendo cómo un alemán ha podido tener alguna vez sentimientos cristianos...

Los alemanes han arrebatado a Europa la última gran cosecha cultural que Europa pudo recoger – la del Renacimiento. ¿Se entiende por fin se quiere entender qué fue el Renacimiento? La transvaloración de los valores cristianos, la tentativa, emprendida con todos los medios, con todos los instintos, con todo el genio, de llevar a la victoria a los contra-valores, a los valores aristocráticos... ¿Qué ocurrió? Un monje alemán, Lutero, fue a Roma. Ese monje, que llevaba en su cuerpo todos los instintos vengativos de un sacerdote fracasado, se indignó en Roma contra el Renacimiento... En lugar de comprender, con la más profunda gratitud, el enorme acontecimiento que había tenido lugar, la superación del cristianismo en su propia sede -, lo único que su odio supo extraer de ese espectáculo fue su propio alimento. Un hombre religioso piensa sólo en sí mismo. - Lutero vio la corrupción del papado, siendo así que precisamente lo contrario podía tocarse con las manos: ¡En la silla del papa no estaban ya sentados la vieja corrupción, el peccatum originale, el cristianismo! ¡Sino la vida! ¡Sino el triunfo de la vida! ¡Sino el gran sí a todas las cosas elevadas, bellas, temerarias!... Y Lutero restauró de nuevo la Iglesia: la atacó... La Reforma, Leibniz, Kant y la llamada filosofía alemana; las guerras de liberación, el Reich. Son mis enemigos, lo confieso, esos alemanes: yo desprecio en ellos toda especie de suciedad de los conceptos y valores, toda especie de cobardía frente a todo sí y todo no honestos.

Con esto he llegado a la conclusión y voy a dictar mi sentencia. Yo condeno el cristianismo, yo levanto contra la Iglesia cristiana la más terrible de todas las acusaciones que jamás acusador alguno ha tenido en su boca. Ella es para mí la más grande de todas las corrupciones imaginables, ella ha querido la última de las corrupciones posibles. Nada ha dejado la Iglesia cristiana de tocar con su corrupción, de todo valor ha hecho un no-valor, de toda verdad, una mentira, de toda honestidad, una bajeza de alma. Esta eterna acusación contra el cristianismo voy a escribirla en todas las paredes – allí donde haya paredes – tengo letras que harán ver incluso a los ciegos... Yo llamo al cristianismo la única gran maldición, la única grande intimísima corrupción, el único gran instinto de venganza, para el cual ningún medio es bastante venenoso, sigiloso, subterráneo, pequeño – yo lo llamo la única inmortal mancha deshonrosa de la humanidad... ¡Y se cuenta el tiempo desde el día nefasto en que empezó esa fatalidad – desde el primer día del cristianismo! - ¿Por qué no, mejor, desde su último día? - ¿Desde hoy? - ¡Transvaloración de todos los valores!

Ley contra el cristianismo

Dada en el día de la salvación, en el día primero del año uno (el 30 de septiembre de 1888)

Guerra a muerte contra el vicio: el vicio es el cristianismo

Artículo primero.- Viciosa es toda especie de contranaturaleza. La especie más viciosa de hombre es el sacerdote: él enseña la contranaturaleza. Contra el sacerdote no se tienen razones, se tiene el presidio.

Artículo segundo.- Toda participación en un servicio divino es un atentado a la moralidad pública. Se será más duro con los protestantes que con los católicos, más duro con los protestantes liberales que con los protestantes ortodoxos. Lo que hay de criminal en el ser cristiano crece en la medida en que uno se aproxima a la ciencia. El criminal de los criminales es, por consiguiente, el filósofo.

Artículo tercero.- El lugar maldito en que el cristianismo ha encovado sus huevos de basilisco será arrasado, y, como lugar infame de la tierra, constituirá el terror de toda la posteridad. En él se criarán serpientes venenosas.

Artículo cuarto.- La predicación de la castidad es una incitación pública a la contranaturaleza. Todo desprecio de la vida sexual, toda impurificación de la misma con el concepto de “impuro” es el auténtico pecado contra el espíritu santo de la vida.

Artículo quinto.- Comer en la misma mesa con un sacerdote le hace quedar a uno expulsado: con ello uno se excomulga a sí mismo de la sociedad honesta. El sacerdote es nuestro chandala, - se lo proscribirá, se lo hará morir de hambre, se lo echará a toda especie de desierto.

Artículo sexto.- A la historia “sagrada” se la llamará con el nombre que merece, historia maldita; las palabras “Dios”, “salvador”, “redentor”, “santo”, se las empleará como insultos, como marcas para los criminales.

Artículo séptimo.- El resto se sigue de aquí.

  1. Introducción
  2. El Anticristo
  3. Ley contra el cristianismo